Audie Murphy, nacido en Kingston, Texas, muere a los 47 años calcinado, junto con otras seis personas que viajaban con él en su avión privado, que el propio Murphy piloteaba.
Con Audie Murphy no sólo desapareció un actor con más de sesenta películas en su haber, sino el soldado más condecorado en la historia militar de los Estados Unidos.
Fue precisamente su impresionante récord de guerra el que le abrió las puertas del cine, en cuyas filas fue recibido como auténtico héroe nacional.
Audie se alistó en el ejército a los 18 años y de inmediato fue trasladado al frente, en Europa. Sus hazañas durante la segunda guerra mundial fueron en verdad memorables. Resultó herido en dos ocasiones; absolutamente solo dejó fuera de combate, durante una acción particularmente dramática, ocho tanques enemigos; hizo el solo más de doscientos prisioneros alemanes y se cubrió de gloria, junto con su batallón, en épicas batallas en las Ardenas, en el Valle del Rhin, en Montecassino y en la playa de Omaha, en la costa europea.
Fue condecorado 24 veces y entre sus medallas figuran las más valiosas que otorgan los Estados Unidos, incluida la Medalla de Honor del Congreso, que comúnmente se concede en forma póstuma. También fue condecorado por el gobierno de Francia con la Legión de Honor y recibió otras medallas más de países aliados.
Cuando incursionó en el cine, Murphy era ya conocido de uno a otro confín dentro y fuera de su patria. Su debut cinematográfico fue con la película “Beyond Glory”, rodada en 1948, es decir, tres años después de que Audie retornó de Europa, al acabarse la contienda.
Más tarde estelarizó “The red of courage”, de John Huston; “The Cincinnati Kid”, de Bodd Boetticher, en 1955; y “Regreso del infierno”, basada en su propia vida e interpretada por él mismo.
Después de esta cinta, que marcó un hito en la carrera del héroe, Murphy se especializó en películas del Oeste norteamericano. Como héroe fílmico, actuó en numerosas cintas de discreta calidad hasta que, dirigido por Mankiewitz y John Huston hizo “El americano quieto” y “Lo que no se perdona”, filmes en los que demostró ser sumamente aceptable para el drama no bélico.
Audie Murphy se retiró de la pantalla en 1969 y se dedicó, con inusitado éxito por cierto, al negocio de inmobiliarias.
Fue precisamente en un viaje de negocios, pues iba a comprar varias construcciones en Miami, Florida, cuando sobrevino la tragedia.
Entre los muchos actores mexicanos, tres han sido los que mayor arraigo han tenido en el pueblo: Jorge Negrete, Pedro Infante y Javier Solís.
El ídolo máximo, y desde luego el más llorado de todos, fue Pedro Infante.
Su muerte, acaecida el 15 de abril de 1957 al estrellar su avión, que el mismo piloteaba, constituyó una manifestación de duelo sin precedente.
Nacido en Huamuchil, Sinaloa, y carpintero de oficio, Pedro alcanzó fama y fortuna no tanto por sus méritos escénicos sino por su estupenda voz. Fue precisamente su voz la que lo llevó a ganar un concurso de aficionados en la ciudad de México, hasta donde había viajado en busca del éxito.
La mayoría de las películas de Pedro Infante lo identificaron con sectores de la población predispuesta a la sensiblería. Algunas de sus cintas fueron concebidas para atraer núcleos humanos que suelen hacer ídolos de la noche a la mañana: “Nosotros los pobres”, y “Pepe el toro” son un ejemplo de lo anterior.
Pedro debutó en el cine en 1942 con la película “La feria de las flores”. De inmediato se supo que su voz opacaría al actor, si bien fue el cine el que le daría inmensa popularidad.
A diferencia de Jorge Negrete y Javier Solís, Pedro se apartó de la temática de charros y dramas campiranos para interpretar papeles de gran contenido humano. En “Jesusita en Chihuahua”, “El ametralladora”, “Cuando lloran los valientes” y “Ahí viene Martín Corona”, fue el héroe rural, folcklórico y urbano.
Hizo “Escuela de vagabundos” y se rebeló como un singular comediante; “Tizoc” fue probablemente su mejor película. Actuó en ella junto a María Félix.
La muerte de Pedro Infante sobrevino en plena madurez fílmica del actor, cuando aún no cumplía cuarenta años y poseía lo que más llega a la gente del pueblo: sencillez y humildad.
“Pablo y Carolina”, de Mauricio de la Serna; “Angelitos Negros”; “Los hijos de María Morales”, de Fernando de Fuentes, y muchas, muchísimas películas más de gran imán taquillero, dieron la oportunidad al público de escuchar su privilegiada voz.
Después de su muerte, sus herederos se disputaron vorazmente cuanto dejó.
La hija de Pedro Infante y su primera esposa, María Luisa León, murió el 17 de marzo de 1973 en un accidente de automóvil. Y uno de sus hijos, Cruz Infante, también cantante y actor, y por cierto el más parecido a Pedro, murió en otro accidente de automóvil en 1987.
Finalmente, su hija Dora Luisa Infante de Marroquín, no tuvo nexo alguno con el cine.
James Dean fue un actor, en efecto, pero él nunca se consideró como tal y en no pocas ocasiones, no obstante ser tan parco para hablar, manifestó su inconformidad con cuanto representaba la industria fílmica y las “caducas instituciones sociales”, como dijo más de una vez refiriéndose al modo de vida norteamericano.
Símbolo de la época, Dean gritó al mundo su amarga soledad. Y como para corroborar que la más famosa de sus películas —“Rebelde sin causa”— no era un simple filme sino el desahogo de toda una generación, se trastocó a sí mismo en el joven inadaptado, en el prototipo del rebelde.
Su muerte se debió a un accidente, desde luego, pero en realidad fue un suicidio disfrazado. Hastiado de la popularidad que le proporcionó su breve pero vertiginosa carrera, menospreciando la fortuna que le había dado el cine y un porvenir venturoso, Dean se mató de una manera absurda a los 24 años de edad, en 1955.
Antes de aquel fatal accidente, Dean había flirteado con la muerte en un juego muy en boga por aquel entonces. Consistía en lanzar el automóvil a ciento y pico de kilómetros y frenarlo lo más cerca posible de la orilla de un precipicio. Dean lo practicó muchas veces y en todas estuvo a punto de caer al abismo. Cuando se mató finalmente en una autopista manejando su Jaguar rojo, hacía tiempo que había rebasado las estrechas márgenes del peligro, su aliado de siempre.
La desaparición del joven actor fue una especie de alborada para millones de adolescentes que lo consideraban un líder, un símbolo, el mito que fue en realidad.
James Dean y otro actor mayor que él —Marlon Brando— habían plasmado fílmicamente el ideal de una juventud que clamaba por un cambio y a gritos siempre y en ocasiones empleando la violencia, trataba de lograr lo que quería.
Dean en “Rebelde sin causa” y Brando en “Salvaje”, fueron muy pronto imitados por millones de fanáticos adeptos. La juventud norteamericana, que arrastraba desde la guerra de Corea un desasosiego en busca de una salida, se lanzó a la calle a llorar a Dean, copió su introvertido proceder, se puso pantalones de mezclilla y se manifestó contra los cánones establecidos.
Fue así como nació el rebelde sin causa, antecesor del pandillero de hoy, si bien entonces muchísimo menos sanguinario y psicopatizado que el actual.
James Dean fue también, en cierto modo, el precursor de los “beatnicks”, especie de “hippies”, pero con pelo corto y con ideas tomadas de los panfletos de Jean Paul Sartre. El léxico, los ademanes, el modo de vestir de aquellos muchachos no ha desaparecido del todo.
James Dean debutó en 1950 en la televisión y, tras una fugaz aparición en el recientemente comercializado portento electrónico, pasó al teatro. No destacó mucho en la escena, pero acumuló bastante experiencia y asimiló las enseñanzas impartidas en el Actor’s Studio, al que acudía sin dilación entre función y función.
Elia Kazan, que ya había dirigido a Marlon Brando en “Nido de ratas”, vio en Dean el arquetipo que demandaba la juventud y lo lanzó a la fama. Su primera película, bastante mediocre por cierto, fue “A bayoneta. Después completó la trilogía de películas que lo elevaron a la categoría de ídolo: “Rebelde sin causa”, “Al este del paraíso” y “Gigante”.
En su película antológica —“La historia de James Dean”— producida años después de su muerte, se le glorificó hasta la exageración.
En la actualidad las películas de Dean constituyen material de cine-clubes. Muchos jóvenes que lo han visto en la pantalla pero ignoran hasta que punto fue el pionero de la rebeldía, lo tienen como un personaje mítico, generalmente en un enorme poster en su habitación, no tanto por lo que saben de él, sino por lo que de él les han contado.