Por Jesús Iglesias Lerroux
—¡Por miedo...!
En efecto. El artista, hombre o mujer, suele advertir a lo largo de su carrera un miedo enteramente racional que se acentúa con el tiempo.
Tiene miedo al fracaso, al olvido y a la vejez. Y a todo aquello que, como la fama y la fortuna, conlleva un descenso en la escala preferencial del público.
En casi todos los casos, el miedo se supera o se aprende a vivir con el. Algunos hay, empero, que precisamente por no superarlo deciden disponer de su existencia a través de la única salida que les queda: la muerte.
Hay un miedo, claro, enteramente comprensible y por ende disculpable: el miedo a mostrar al público una imagen físicamente deplorable debido a la enfermedad. Un cáncer terminal, el devastador sida o cualquier otro mal mortal por necesidad, no siempre es soportable. Sobre todo por quienes han mostrado por años una apariencia saludable, armoniosa e, incluso, bella.
A través de los personajes que se citan más adelante, adviértese toda una gama de motivos, circunstancias y hasta pretextos para no seguir viviendo.
El temor al hastío, al desdén y al inexorable paso del tiempo, conforman el perfil del miedo. Un perfil muy común, ciertamente, entre quienes se deben al público y a este rinden cuentas.
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